jueves, 27 de diciembre de 2018

(IX) LA PERSONALIDAD

1. Conceptos previos: persona, personalidad, temperamento y carácter
En el lenguaje cotidiano es frecuente mezclar las nociones de temperamento, carácter y personalidad. Pero, desde el punto de vista psicológico, es conveniente diferenciar estos tres conceptos.
Las personas nos caracterizamos porque tenemos la capacidad de reflexionar sobre lo que nos pasa, planificar, hacer proyectos de futuro, tomar decisiones para desarrollar tales proyectos, evaluar las decisiones tomadas, etc. Eso significa que una persona es un ente que, en cierto modo, se construye a sí mismo. Ciertamente esos planes y proyectos, esa capacidad de autoevaluación, etc., no se hacen partiendo de cero, sino contando con las distintas habilidades, predisposiciones, etc., con las que nacemos. Y también con las circunstancias sociales (en sentido amplio) en las que nos desenvolvemos. Con todos estos «materiales» se construye la persona que cada uno es.
Aclarado esto podemos dar una definición provisional de personalidad: la personalidad es el modo de ser persona propio de cada uno. En ese modo de ser persona influyen dos tipos de elementos bien diferenciados: (1) Aquellos elementos que traemos con nosotros al nacer (capacidades, predisposiciones, etc.). Y a esto le llamamos temperamento. (2) Aquellos rasgos que son fruto del aprendizaje, de nuestras experiencias, etc. Y a esto le llamamos carácter.
Con estas nociones previas vamos a ver cómo se desarrollan históricamente las nociones de persona, temperamento, carácter y personalidad, y cómo son explicadas hoy en día desde la psicología tales realidades.

2. Orígenes y desarrollo de la noción de persona
El término «persona» parece provenir del grie­go prosopon, voz con la que se designaba a las máscaras de las repre­sen­ta­ciones teatrales; o del latín personare (sonar a través de) en referencia a las más­caras con orificios que llevaban los actores romanos.
Pero si ese es el origen del término, aquello designado con ese término, el concepto de persona, tiene un triple origen, vinculado a tres disciplinas distintas: la medicina, la teología y el derecho, que estarán presentes en la primera definición filosófica de persona, la dada por Boecio.
Vamos a ver las aportaciones de cada una de estas disciplinas para la construcción del concepto de persona.
(1) En el mundo griego clásico y helenístico comienzan las reflexiones sobre lo que hoy denominamos temperamento y consideramos un componente constitutivo de la personalidad.
Hipócrates (que vive aproximadamente entre el 460 y el 370 a. C., y al que se suele considerar el padre de la medicina), sostuvo la teoría de que por el cuerpo humano circulan cuatro humores (líquidos) que denomina sangre, bilis negra, bilis amarilla y flema. El equilibro de esos humores proporcionaría salud, y su desequilibrio sería la causa fundamental de las enfermedades. El predominio de uno u otro de estos humores daría origen a cuatro temperamentos básicos: sanguíneo, melancólico, colérico y flemático.
 (2) En el mundo cristiano las reflexiones en torno al concepto de per­sona tuvieron una orientación teo­lógica. En concreto, esta reflexión apareció vinculada a la resolución de dos problemas: (a) Se decía que Dios es uno, pero al mismo tiempo compuesto de tres rea­lidades: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu San­to. Para conciliar ambas afir­maciones se estableció que Dios es una sola sustancia pero tres personas. (b) Se debatía el problema de si en Cristo había dos naturalezas, una hu­ma­na y otra divina, o solo una. La solución fue sostener que Cristo tiene una do­ble naturaleza (divina y humana), pero una sola persona.
Si analizamos con cuidado los usos del término persona de que hace gala la incipiente teología cris­tiana des­cubriremos que en ellos aparecen dos ele­men­tos fundamentales: por un lado la per­so­na­lidad implica di­fe­ren­cia (con los otros individuos); por otro lado implica uni­cidad consigo mismo (mismidad).
(3) En el derecho romano aparece el concepto de persona como tér­mi­no judicial. La per­sona es el «sujeto legal», el sujeto sobre el que recaen de­rechos y deberes.
Finalmente, en los inicios de la Edad Media, Boecio (Roma, en torno a al 480-Pavía, en torno al 524) dio una definición filosófica de per­sona que tuvo gran reso­nan­cia posterior: persona es una sustancia individual de naturaleza racional.

3. La concepción actual de la personalidad
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Clasificación de las teorías de la personalidad
Gordon W. All­port (psicólogo norteamerica­no, 1897-1967) ­re­co­gió hasta un total de cincuenta defini­cio­nes dis­tin­tas de per­so­nalidad, lo que da idea de la di­ver­sidad de criterios que existen en esta materia. Pa­ralelamente a esta enor­me cantidad de definiciones de la personalidad existe un considerable número de teorías que in­ten­tan explicarla. Aquí vamos a centrarnos en algunas de las que consideramos más re­pre­sen­ta­tivas. Estas son: (1) Las lla­ma­das teorías del rasgo y el tipo. (2) Las teo­rías conductistas. (4) La teorías humanistas. (5) El psi­coa­ná­lisis (al que, por su influencia, tanto en el terreno de la psicología y la medicina, como en otros diversos campos de la cultura contemporánea, dedicaremos una unidad diferenciada).
Estas teorías se centran preferentemente en el estudio de dos tipos de es­tructuras constituti­vas del individuo: (1) La subjetividad, identificada a veces con la con­cien­cia de sí o autoconciencia. (2) Los ras­gos de com­por­tamiento pro­pios de un individuo (también llama­dos rasgos diferenciadores).

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La subjetividad
Parece que para hablar de personalidad hay que suponer un sujeto cuya conducta juzgamos y analizamos. Pues si toda conducta se pudiese explicar como un proceso automático estímulo-respuesta lo que entendemos por personalidad carecería de sentido. Es decir, si todo comportamiento se pudiese describir de tal modo que ante un estímulo el individuo estimulado respondiese con una respuesta automática y predecible ¿en qué podría consistir la personalidad de ese individuo? Hemos comenzado diciendo que la personalidad es el diferente modo de ser persona. Y por lo tanto debemos pensar que hay un sujeto que actúa, y que actúa de un modo propio, diferenciado, «personal».
Ahora bien, ¿qué es ese sujeto? ¿Qué es eso que actúa de uno u otro modo? Veamos varias respuestas:
(1) Para la psicología antigua y medieval el sujeto es considerado como una sustancia, es decir, como una cosa que es el soporte de ciertas facultades. Recordemos que para Aristóteles el ser humano era un compuesto de materia y forma. La forma, a la que también llamaba alma, era la que organizaba y dinamizaba la materia, y ambas cosas unidas constituían una única sustancia: este hombre, Antonio.
Pues bien, en este alma, unida a la materia, residían ciertas facultades con las que podía operar sobre el mundo y sobre sí misma: la capacidad de sentir, de conocer sensorialmente, de conocer racionalmente, etc.
(2) A partir de Descartes, en el mundo moderno (aunque la idea se viene desarrollando ya desde san Agustín, e incluso desde antes), el sujeto es entendido como conciencia.
Según Descartes el hombre es un compuesto de un cuerpo, que funciona como una máquina compleja, y un alma, cuya esencia es pensar y que se descubre a sí misma pensando (por introspección). En ese alma reside, por lo tanto, la conciencia. Frente al sujeto concebido como conciencia, aparece el mundo, convertido en objeto (que puede ser manipulado por ese sujeto).
(3) ¿Hay sujeto? El conductismo parte de la base, como ya hemos explicado anteriormente, de que el objeto de estudio de la psicología es la conducta observable, desentendiéndose de los procesos mentales o cualquier tipo de procesos «internos». Y la conducta se explica como la relación entre estímulos y respuestas. Si aceptamos esto, no se puede hablar de subjetividad. Y si no hay subjetividad no hay personalidad.
No obstante, parece difícil explicar cómo se produce una respuesta ante un estímulo, si no hay algo que produzca esa respuesta. Por eso un cierto sector del conductismo sostiene que la respuesta es el producto de un organismo, que interacciona con un medio del que emergen los estímulos. El sujeto sería concebido, en ese caso, como un organismo instalado en un medio.
(4) A mediados del siglo XX se desarrolla la teoría de sistemas. Un sistema es un todo complejo (es decir, compuesto de partes) y organizado. A partir de entonces se caracteriza a los organismos vivos como sistemas abiertos. Es decir, sistemas que interactúan con un medio del que obtienen la energía para su propio automantenimiento, perpetuación y crecimiento. La subjetividad sería concebida, entonces, como un sistema abierto. (Frente a tales sistemas, las máquinas serían sistemas cerrados, pues su interacción con el medio implica desgaste y destrucción). 

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Los rasgos de comportamiento o rasgos diferenciadores
Los rasgos se­pa­ran al individuo de la es­pecie. Un rasgo es un modo de comporta­mien­to pro­pio de un individuo (de un sujeto). Este modo de com­por­tamien­to pue­de ser:
(1) Heredado, y entonces decimos que es un rasgo de tem­pera­men­to. Por ejemplo, un in­di­vi­duo que tenga tendencia a liberar adrenalina con fa­ci­li­dad, tendrá por la misma razón un tem­pe­ra­men­to más agresivo que un indivi­duo menos propenso a li­be­rar adrenalina.
(2) Aprendido, y entonces de­ci­mos que es un rasgo de carácter. Por ejemplo, un in­di­vi­duo al que le han sa­li­do mal todas las empre­sas que se ha propuesto puede adquirir un ca­rác­ter pe­si­mis­ta.
En la práctica no siempre es fácil los rasgos que son fruto del carácter de los que son produc­to de la he­ren­cia. En muchos casos la herencia es una predisposición que se actualiza en un determinado contesto.
No debemos confundir un rasgo de temperamento con un instinto, frente a este se distingue porque no es común a la especie.
Tampoco debemos con­fun­dir un rasgo de carácter con un hábito, frente a este se dis­tin­gue por su ma­yor constancia. Así, mientras los hábitos son modos regulares de comporta­mien­to que pueden variar fácilmente cuando cambian ciertas circunstancias, los rasgos de carácter tienden a permanecer toda la vida o al menos durante un largo periodo de la misma.
Pese a que un rasgo implica un modo estable de com­por­ta­miento, hemos de tener en cuenta que: (1) El ser humano está en un per­ma­nen­te desarrollo, en una permanente evo­lución per­sonal. (2) El ser humano, cada ser humano, no vive ais­la­do, encerrado en sí mismo, sino en un mun­do a su vez cam­biante. Por ello el concepto de rasgo es en gran me­di­da un con­cep­to ideal (esto es, de­sa­rro­lla­do a efectos de análisis psicológico, pero que no se da en un sentido abso­lu­ta­mente es­tric­to en la realidad).

4. Las teorías del rasgo y el tipo
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Caracteres generales
Para estas teorías la personalidad vendría dada por el tipo que pre­domine en un individuo. Siendo el tipo un conjunto de rasgos que guardan entre sí una cierta co­he­ren­cia. La per­sona­lidad sería, pues, el conjunto de rasgos tem­peramen­tales y de carácter que cons­titu­yen a un individuo. En el seno de la medicina y la psicología se han desarrollado varias teorías del rasgo y del tipo. Algunas (las de Hipócrates y Galeno) son muy antiguas, pero siguen teniendo cierta influencia y ha sido reelaboradas modernamente. Otras nacen ya dentro de la psicología científica contemporánea. Vamos a ver las históricamente más relevantes.

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Hipócrates y Galeno: los cuatro temperamentos
Siguiendo a Hipócrates, al que ya hemos mencionado, Galeno (médico griego que vive en el siglo II y que desarrolla buena parte de su obra en Roma), defenderá una teoría de los temperamentos que influirá enormemente en la medicina antigua, en el mundo islámico y en la Europa del Renacimiento y los inicios del mundo moderno.
Según Galeno, tras la digestión, los alimentos purificados por esta (de los que se han separado las heces fecales) irán al hígado, donde se producen los cuatro humores (de procedencia hipocrática): la sangre (caliente y húmeda), la bilis amarilla (caliente y seca), la bilis negra (fría y seca) y la flema (fría y húmeda).
El equilibrio entre estos humores es fundamental para mantener la salud. Cuando este equilibrio se resiente es necesario restaurarlo mediante la alimentación y el ejercicio, aunque pueden ser necesarias también las purgas y sangrías.
El predominio de uno u otro estos humores da origen también a los distintos temperamentos, que Galeno reduce a cuatro básicos:
(1) Predominio de la sangre: da origen a un temperamento sanguíneo, caracterizado porque sus portadores son individuos alegres, sociables, optimistas, volubles y movidos por la búsqueda del placer inmediato. Su elemento es el aire.
(2) Predominio de la flema: da origen a un temperamento flemático, caracterizado porque sus portadores son individuos serenos, tranquilos, perseverantes y racionales. Son también fríos y tímidos. Su elemento es el agua.
(3) Predominio de la bilis amarilla: da origen a un temperamento colérico. Los individuos que poseen este tipo de temperamento son enérgicos, activos, independientes, con confianza en sí mismos y que defienden con pasión sus opiniones. Pueden ser también conflictivos. Su elemento es el fuego.
(4) Predominio de la bilis negra: da origen a un temperamento melancólico. Los individuos en los que predomina este temperamento son sensibles, introvertidos, perfeccionistas, de humor variable y con tendencia a la tristeza. Su elemento es la tierra.

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La teoría de los tipos de Paulov
Paulov elaboró una teoría de los tipos para la que hizo uso de la dis­tin­ción de Galeno en cuatro tipos: co­lérico, sanguíneo, flemático y melancóli­co.
El punto de partida de Paulov es el de la existencia de un equilibrio ener­gé­tico en el organismo. Ese equilibrio energético puede ser modificado por los es­tímulos. Ante los es­tímulos el sistema nervioso pue­de reaccionar de dos for­mas: excitándo­se, lo que implica que conduce la energía; o inhibiéndose lo que im­plica que cie­rra el paso a la energía proveniente de la estimula­ción.
Pues bien, a partir de aquí Paulov deduce la existencia de cuatro tipos de tem­peramentos, diferenciados en función de la propensión a la excitación o a la inhibición:
(1) El tipo excitativo: coincide con el colérico de Galeno. Es un tempera­men­to patológico (neurasténico). En casos graves degenera en psicosis cí­clica.
(2) El tipo equilibrado: es un tipo sano. Distingue dos subtipos, el vivaz, que se corres­pondería con el san­guíneo de Galeno, y el tran­quilo, que se corres­pondería con el flemático de Galeno.
(3) El tipo inhibitorio: coincide con el melan­cólico de Galeno. También pa­to­lógico (his­térico). En casos graves degenera en esquizofrenia, que se pro­du­ciría motivada por la debilidad del cór­tex.

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La tipología de Sheldon
William Sheldon, estableció tres tipos bá­si­cos dis­tin­tos en base a carac­te­rís­ti­cas biológicas externas (biotipos), a cada uno de los cuales correspondería un determinado temperamento, que llevaría aparejados una serie de rasgos:
(1) El tipo endomorfo: de complexión gruesa, posee un temperamento viscerotónico. Caracterizado en general por la tendencia a la cor­dia­li­dad, facilidad para la comunica­ción. La enfermedad mental más fren­te de este tipo es la psicosis maníaco-depresiva.
(2) El tipo mesomorfo, de complexión fuerte y musculosa, posee un temperamento somatotónico. Caracterizado en general por la tendencia a ser agre­sivo, enérgico y tenaz.
(3) El tipo ectomorfo, de complexión delgada, posee un temperamento cerebrotónico. Caracterizado en general por la tendencia a ser poco co­munica­ti­vo y muy reflexivo. La en­fer­medad mental más frecuente de este tipo es la esquizofre­nia.

BIOTIPOS
ENDOMORFO
MESOMORFO
ECTOMORFO
RAGOS DE TEMPERAMENTO
VISCEROTÓNICO
-Relax postural y movimientos flui­dos.
-Gusto por la comodidad.
-Reacciones lentas.
-Afición a la buena comida.
-Afición a las reuniones sociales.
-Gusto por las relaciones persona­les.
-Cortesía, afición a lo ceremonio­so.
-Afición a las fiestas.
-Amabilidad indiscriminada.
-Deseo de afecto y aprobación.
-Orientación hacia lo personal.
-Estabilidad emocional.
-Tolerancia.
-Condescendencia.
-Sueño profundo.
-Desgarbado.
-Fácil comunicación de los senti­mien­tos.
-«Buen vino»; el alcohol le acentúa la so­ciabilidad.
-Necesidad de hablar con otros cuan­do está preo­cupado.
-Orientación hacia la niñez y la fa­mi­lia.
SOMATOTÓNICO
-Buena planta: autoafirmación en la pos­tura y movimientos.
-Gusto por la aventura.
-Reacciones enérgicas.
-Necesidad de ejercicio.
-Deseo de dominio.
-Gusto por el riesgo.
-Maneras directas, tendentes a la in­solencia.
-Valor físico.
-Agresividad, espíritu combativo.
-Insensibilidad social; «callo».
-Claustrofobia, necesidad de salir y moverse.
-Dureza; no se anda con contem­pla­ciones.
-Voz fuerte, ruidosa.
-Indiferencia al dolor.
-Activo, alborotador.
-Madurez prematura.
-Mentalidad dispersa.
-«Mal vino».
-Necesita actuar cuando está preo­cu­pado.
-Orientación hacia fines y activida­des juveniles.
CEREBROTÓNICO
-Postura y movimientos inhibi­dos, as­­pecto cohibi­do.
-Costumbres minuciosas.
-Reacciones rápidas, nerviosas.
-Gusto por lo privado, afición a la soledad.
-Recelo, atención excesiva.
-Cohibición de los sentimientos.
-Control consciente de la expre­sión emocional.
-Retraimiento.
-Inhibición social.
-Hipersensibilidad a la crítica.
-Agorafobia, temor a aparecer ante el público.
-Actitud imprevisible.
-Voz baja, fobia al ruido.
-Hipersensibilidad al dolor.
-Duerme mal; fatiga crónica.
-Parece más joven de lo que es.
-Mentalidad concentrada.
-Resistencia a beber.
-Necesita estar solo cuando está preocupado.
-Orientación hacia fines propios de etapas avan­zadas de la vida.

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La teoría de los tipos de  Ey­senk
Hans Eysenck (Berlín, 1916-Londres, 1997) ha desarrollado una nueva teo­ría de los tipos. Ey­senk es­ta­blece los distintos tipos a partir de un eje tetra­di­men­sional. Este eje estaría constituido por los po­los in­tro­­ver­sión-extrover­sión, e inestabilidad-es­ta­bilidad.
Del cruce de estos ejes resul­tan cua­tro ti­pos de per­so­na­lidad posi­bles, que hace corresponder con los cuatro temperamentos de la tradición hipocrático-galénica, si bien estos tipos no vendrían determinados por los humores (cosa insostenible para la medicina actual), sino por el funcionamiento del sistema nervioso. (Así, el tipo neurótico sería desarrollado como con­se­cuen­cia de una hiperactividad del sistema simpáti­co; la ex­tro­versión e intro­versión vendrían deter­mi­na­das por la mayor tendencia a la exci­ta­ción o inhi­bición del sis­tema nervioso cen­tral).
Estos cuatro tipos básicos serían.
(1) In­trovertido-inestable, que correspondería al tipo melancólico.
(2) In­tro­verti­do-es­ta­ble, que correspondería al tipo flemático.
(3) Extrovertido-es­table, que correspondería al tipo sanguíneo.
(4) Ex­tro­vertido-ine­stable, que correspondería tipo al colérico.

INESTABLE
humor variable
ansioso
rígido
serio
pesimista
reservado
insociable
sedentario





sensible
inquieto
agresivo
excitable
poco fiable
impulsivo
optimista
activo


melancólico
colérico

INTROVERTIDO


EXTROVERTIDO


flemático
sanguíneo

pasivo
cuidadoso
pensativo
pacífico
controlado
fiable
ecuánime
sereno





sociable
amigo de entrar y salir
hablador
ocurrente
desenvuelto
energético
seguro de sí
líder
ESTABLE

5. El conductismo
Entre los más importantes estudiosos de la persona­lidad que pueden ser ads­critos a esta co­rriente se en­cuen­tran Skin­ner y Neal E. Miller. Como ya se­ña­la­mos en su momento el conductis­mo, es una  corriente psi­co­lógica carac­terizada por:
(1) Consideran que la función de la psicología es el análisis de la con­duc­ta, prescindiendo del es­tudio de cualquier tipo de procesos mentales.
(2) La conducta puede ser explicada como la respuesta dada a un es­tímulo.
(3) Casi todo el comportamiento es aprendido.
Coherentemente con estos principios el conduc­tis­mo prescinde, tanto de los com­ponentes internos de la per­so­nalidad (tal como lo hacen también las teo­rías del rasgo y del tipo), como de todo lo que es innato (tem­pera­mento). Con ello el estudio de la personalidad queda reducido al estu­dio de los rasgos de carácter. Aun­que también tienden a sustituir el concepto de carácter por el de hábito. De ahí que podamos definir a la per­sona­lidad como el conjunto de há­bitos de comportamiento. Un hábito es una relación estable y aprendida entre un estímulo y una respuesta, que es posible modificar por procesos de con­dicio­namiento, que ya hemos visto en otra unidad.
Dado que la personalidad es el resulta­do de una serie de hábitos apren­di­dos, y modificables, los conductistas con­si­deran que el ambiente en el que el in­dividuo es socializado es decisivo a la hora de formar la per­so­nalidad. Así, un individuo agre­sivo lo será porque ha aprendido a reaccionar agresiva­mente (ha apren­dido a res­ponder de modo agre­sivo ante determinados estí­mulos).

6. El psicoanálisis
Por la trascendencia social del psicoanálisis, que ha desbordando el campo de la psicología y de la medicina, dedicaremos una unidad entera a esta corriente psicológica, pero aquí adelantaremos algunas características del análisis psicoanalítico de la personalidad.
Freud centra sus estudios en los comportamientos patológicos de tipo neurótico (histerias, fo­bias, psicopa­tías, etc.). Pero acabará descubriendo que muchos fenómenos mentales no patológicos, como los sueños, los lapsus linguae, los olvidos reiterados, etc., pueden ser explicados a partir de similares causas.
El intento de explicar todos estos fenómenos llevará a Freud a descubrir que:
(1) La que tradicionalmente se entendía por mente, o conciencia, humana no es una entidad unitaria, sino una estructura compleja, compuesta de va­rias instancias o subestructuras que entran en conflicto entre sí. Estas subes­truc­tu­ras son: el ello, el yo y el superyó.
(2) Existen procesos mentales que operan sobre la conducta del individuo pero que este no conoce (son inconscientes), y, por lo tanto, no puede controlar.
(3) La existencia de la sociedad, la cultura y la religión, son indisociables del desarrollo de la psique humana.
El estudio de la mente es llevado a cabo des­de tres perspectivas: (1) Una perspectiva económica: trata de la energía a disposición de la mente y las transformaciones que sufre esa energía. (2) Una perspectiva topológica: trata de los «lugares o estructuras que componen la mente». (3) Una perspectiva dinámica: trata de los conflictos y deseos o defensas ins­tin­ti­vos.

7. El humanismo
Entre los defensores del modelo humanístico de la personalidad destacan G. W. Allport, Rollo May, Carl Rogers y Abraham Maxlow. En el modelo humanístico hay una fuerte influencia de ciertas corrientes filosóficas, en especial la fenomenología y el existencialismo.
El humanismo parte de una concepción integral de la persona, como sujeto libre, responsable de sus actos y de sí mismo.
Algunas aportaciones de la psicología humanista que cabe mencionar son las siguientes:
(1) En su obra The Search for Authenticity James Bugental estableció los principios que rigen la psicología humanista, que son los siguientes:
-El ser humano, en cuanto tal, es superior a la suma de sus partes.
-La existencia humana se realiza necesariamente en un contexto interpersonal.
-El ser humano está presente a sí mismo en términos de una experiencia interior indeclinable.
-Al hombre la compete esencialmente la decisión.
-La conducta humana es intencional.
(2) Eric Berne creó el análisis transacional, que, partiendo de que el ser humano se realiza en relación a otros seres humanos, proporciona un medio de analizar la comunicación y las distorsiones que se producen en el seno de esta. Según Berne, al comunicarnos con los demás lo hacemos desde tres posibles estados, que él denomina el padre, el niño o el adulto:
-La posición de padre es la que se adopta cuando uno asume una actitud de superioridad. Se habla desde una posición de padre cuando se adopta una actitud crítica hacia el interlocutor (se le riñe, se le exige), o una actitud de perdón (se muestra uno tolerante, bondadoso).
-La posición de niño es la que se adopta cuando uno se deja arrastrar por sus sentimientos (temor, o alegría), y cuando habla desde un sentimiento de in­fe­rio­ri­dad.
-La posición de adulto es la que se adopta cuando uno intenta atenerse a criterios objetivos y reflexivos.
Berne considera que en función de las posiciones que adopten los individuos en un diálogo la comunicación puede ser cruzada (cuando los que se comunican no se complementan y el diálogo se vuelve insatisfactorio e incluso imposible), o paralela cuando se complementan.
Por ejemplo, una conversación paralela puede ser aquella en la que los dialogantes adoptan ambos la posición de adulto, o ambos la posición de niño, o uno asume una posición de padre y el otro de niño. Ejemplo de conversaciones cruzadas pueden ser aquella en la que un dialogante habla desde una posición de adulto, y el otro le contesta desde un posición de padre (típicas discusiones de ado­les­centes con sus padres cuando aquellos comienzan a tomar el control de sus vidas).
(3) En Una teoría sobre la motivación humana, Abraham Maslow desarrolló su teoría sobre la jerarquía de las necesidades humanas, conocida popularmente como pirámide de Maslow, que ya hemos visto anteriormente. El principio que rige esta clasificación es una idea típicamente humanista: el ser humano está impulsado a la búsqueda de sentido y autorrealización.

8. La medida de la personalidad
Medir la personalidad no quiere decir medir la «cantidad» de personalidad que tiene cada uno. Aunque se diga a veces que «Fulanito tiene mucha personalidad», o «menganito tiene poca personalidad», eso no significa que haya una medida de la cantidad de personalidad. El sentido que tienen esas expresiones es otro.
Pero cuando aquí hablamos de la medida de la personalidad nos referimos a los procedimientos para determinar los rasgos que configuran la personalidad de un individuo. Especialmente si entre esos rasgos están ciertas características patológicas.
Entre los procedimientos que suelen emplearse para medir la personalidad están los siguientes:
(1) Observación y registro sistemáticos de la conducta del individuo.
(2) Entrevista personal. Este procedimiento es muy empleado por psicólogos de empresa, para sopesar las características de los profesionales que se han de contratar, o para determinar el estado psicológico de los trabajadores de la empresa. También se emplea en la psicología escolar y clínica. Aunque estos procedimientos no son enteramente fiables, como ningún otro procedimiento que pretenda determinar la personalidad. Los errores pueden nacer de una falta de confianza entre entrevistado y entrevistador. Lo que hace que el entrevistado esté a la defensiva, o adopte una actitud agresiva. También puede suceder que el entrevistado trate de dar las respuestas que cree que se esperan de él, y no lo que realmente querría decir. Etc.
Las entrevistas pueden ser de dos tipos: (1) Abiertas, que son aquellas en las que se invita al individuo a que hable, contando sus experiencias. (2) Dirigidas, que son aquellas en las que se plantean una serie de preguntas que el individuo debe responder.
(3) Cuestionarios de personalidad. Constan de preguntas que tratan de estímular el autoanálisis y desencadenar ciertas reacciones emocionales. Las respuestas se comparan con tablas estadísticas.
(4) Tests proyectivos. Están construidos a partir de la idea psicoanalítica de que el individuo almacena recuerdos, deseos, etc., en el inconsciente que solo afloran, disfrazados, cuando la conciencia se relaja. Para ello este tipo de tests enfrentan al individuo con estímulos ambiguos, que estimulan la imaginación del individuo, que proyecta a su través los rasgos inconscientes de su personalidad.
Los más conocidos son:
(a) El test de Roschach. Consta de un conjunto de diez láminas, con manchas simétricas. El individuo tiene que decir que es lo que ve en cada lámina. Las láminas están pensadas para que, según la personalidad del individuo, las identifique con una determinada cosa, animal o situación. Aunque este test ha sido muy cuestionado, la experiencia parece demostrar que ha sido útil en la identificación de algunos tipos de trastornos tales como la esquizofrenia y la depresión.
(b) Test de apercepción temática (TAT). Fue desarrollado por Henry Murray, psicólogo norteamericano. Está constituido por 31 láminas, aunque solo se usan 20 con cada tipo de individuos en función de la edad y el sexo. Muestran escenas a partir de las cuales se le pide al individuo que construya una historia.
(c) Test temáticos infantiles. Se han elaborado varios de este tipos de tests. Todos ellos orientados a la personalidad de los niños. Los test de láminas Blacky fueron creados por Gerald Blum. Se basa en las imágenes de un perro (Blacky) para que el niño hable de sí mismo y de su familia. Los tests de láminas Pata Negra fueron creados por Louis Corman. Son similares a los Blum. En este caso en las láminas aparece un cerdo (Pata Negra). El test de cuentos de hadas, fueron creados por Carina Coulaclogou. En este caso en las láminas aparecen personajes de cuentos clásicos (Caperucita Roja y el lobo, Blancanieves y los siete enanitos) y el niño debe contestar, a partir de las láminas, a unas preguntas preestablecidas.
(d) Test de gráficos. Se le pide al sujeto que dibuje ciertos elementos o situaciones.
(e) Test de asociación. Se le pide al individuo una respuesta ante un estímulo, que puede ser una palabra, o terminar una frase iniciada por el psicólogo, etc.

Bibliografía:
-Bunge, Mario: El problema men­te-ce­re­bro. Editorial Tecnos, S. A. Madrid, 1988.
-Leahey, Thomas: Historia de la psicología. Editorial Debate. Madrid, 1986.
-Lindzey, Gardner; Hall, Calvin S. y Manosevitz, Martin: Teorías de la personalidad. México, 1992.
-Pinillos, José Luis: La mente humana. Ediciones Temas de Hoy, S.A. Madrid, 1991.
-Pinillos, José Luis: Principios de psicología. Alianza Editorial, S. A. Madrid, 1985.
-Rogers, Carl R.: El proceso de convertirse en persona. Ediciones Paidós Ibérica, S. A. Barcelona, 1994.
-Wolman, Benjamín B.: Teorías y sistemas contemporáneos en Psicología. Ediciones Martínez Roca, S. A. Barcelona, 1981.

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